Cosecha Roja
Sudaba. Un nudo en la garganta.
Ardientes lágrimas quemaban mi rostro.
Estaba con una mujer hermosa, desnuda,
que decía mi nombre entre suspiros.
¿Cómo demonios llegó a mi cama?,
pensaba mientras besaba sus pechos (medianos y pálidos).
No recuerdo el día que la conocí.
Tampoco, cuando comenzó esto.
Entre cantina y cantinas horas muertas;
calles vacías, conversaciones de café,
un empleo mal remunerado.
Trabajaba en una cafetería.
No era una mujer de americano o express.
Desde el principio lo supe.
Ella era un chica mokachino descafeinado.
Además, estaba casada desde cinco años atrás.
Vivía con un aficionado al fútbol y al espagueti western.
Le contaba mis aventuras nocturnas.
Me apropiaba sin ningún escrúpulo
de las mejores anécdotas de la banda.
Y decía, cada quince minutos, lo profunda y triste que resultaba mi soledad.
A veces llegaba a las seis de la tarde y se iba a las diez, cuando cerraba el local.
Caminábamos hacia su casa, o a alguna estación de metro o simplemente caminábamos.
A veces, sin darme cuenta, la tomaba de la mano.
Un día pidió chocolate y galletas. Algo pasaba.
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