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Jamás lo vas a saber

Santa Narcótica (fragmento)

Santa Narcótica (fragmento)

Con la imagen del cuaderno en la cabeza, sintió el mismo mareo de su primera borrachera, luego de haber bebido con fervor de homenaje alguna de las combinaciones, exactamente las mezclas número dieciocho y la número veintiseis, champagne con cassis y nuez moscada y vodka con jugo de uva negra y pimienta blanca.

Como si el recuerdo de la ebriedad no pudiese sacarla del pasado, volvió a sentir el primer sacudón, inolvidable y vertiginoso, de la primera raya de cocaína que la ayudó a no estar más borracha.

Se vio nuevamente sentada en círculo entre un grupo de gente como ella -ahora eran todos adultos, ella ya tenía veinte- mientras repetían la oración de la serenidad como un mantra.

Dios concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar. Valor para cambiar aquéllas que puedo y sabiduría para reconocer la diferencia.

Todavía le funcionaba.

Empezó a decirla y de inmediato se encontró en la noche en la que le dieron un llavero de plástico negro por haber cumplido seis meses de abstinencia.

Volvió a sentir la saliva de los besos que le dio su mejor compañero de los grupos de narcóticos, Favio.

Suspiró largamente cuando se vio haciendo el amor con una pasión que no había conocido y a un nuevo suspiro sumó una lágrima, la primera de ese día, cuando se le vino encima toda la oscuridad de un domingo más o menos cercano en el que Favio la abandonó sin ninguna razón.

Al menos ella no había encontrado ninguna.

Cristina Civale

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