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Jamás lo vas a saber

¡Cómo te quiero, manito…!

¡Cómo te quiero, manito…!

Ya con el tiempo empecé a espiarte más seguido y aunque nunca te enteraste, fuiste mi primera mujer.

¡Y no te imaginas lo que te hice y en que lugares te lo hice! En un tanque de guerra, en el carro de tu papi, en un cohete espacial y hasta una vez, me acuerdo, en medio de la cancha del Estadio Nacional y con toda la tribuna coreando mi nombre (ni modo, la selección había ganado y merecía un homenaje).

A veces, miro la palma de mi mano y la nostalgia de tu recuerdo me invade. Y aunque debo aceptar que te fui infiel algunas veces; el bañito azul, el del fondo, es testigo de que siempre, inevitablemente, regresaba a ti.

Buenas épocas. Sería injusto decir que no fui feliz por entonces.

Disfrutaba desde mi ventana, clandestina o abiertamente. Sea para espiarte a través de la rendija que ofrecían tus cortinas semiabiertas o sea también para seguirte con la mirada hasta que tu imagen se perdía al voltear la esquina.

Por entonces ya empezabas a salir solita. Ibas a la bodega, a pasear con tus admiradores y hasta una vez te vi bajar, sin compañía alguna, del bus.

Pero fue recién cuando te hiciste ese corte de pelo cuando comprendí que estabas creciendo. Así pintadita, tus ojos parecían uvas sin cosechar, y tus pecas indescifrables, puntos suspensivos.

Y crecías por acá y por allá. Y más crecías y más apretados eran tus jeans. Y más crecías y más corto te quedaba el polito.

Y más crecías… y yo más imaginativo que nunca allá en el bañito azul, el del fondo, rindiendo homenaje a tu ombligo; porque, aunque ni cuenta te dabas, no dejaba de mirarte.

Enrique Vásquez

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