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Jamás lo vas a saber

Intimidad

Intimidad

Dice: En aquel tiempo yo era más joven, y mejor persona. Quizá tú también lo eras. Mejor persona, me refiero. Lo eras, sin duda. Tenías que ser mejor persona, porque si no nunca habría tenido nada que ver contigo.

Dice: Te quise tanto. Te quise con locura. Sí, así te quise. Más que a nada en el mundo. ¿Te das cuenta? Es para morirse de risa. ¿Te imaginas? Estábamos tan íntimamente unidos en aquella época que apenas puedo creerlo. Creo que eso es precisamente lo que más extraño se me hace ahora. El recuerdo de haber tenido tal intimidad con alguien. Una intimidad tan grande que me dan ganas de vomitar. No me cabe en la cabeza una intimidad así con otra persona. Nunca he vuelto a tenerla.

Dice: Sinceramente, quiero que me dejes al margen de todo de ahora en adelante. Lo digo en serio. Además, ¿quién te has creído que eres? ¿Te crees Dios o algo parecido? Tú no eres digno ni de lamerle las botas. Ni las botas de Dios ni las de nadie, si vamos al caso. Señor mío, ha estado usted frecuentando gente que no le conviene. Pero ¿qué puedo saber yo? Ya ni siquiera sé qué es lo que sé. Pero sé que no me gusta lo que has ido repartiendo a manos llenas. Al menos sé eso. Ya sabes a lo que me refiero, ¿no? ¿Me equivoco?



Me acompaña por el pasillo.

Dice: No sé cómo podría explicarle esto a mi marido si apareciera en este momento. Pero qué importa. Si nos ponemos a pensarlo, hoy día a nadie le importa un comino nada. Además, creo que todo lo que podía pasar ya ha pasado. A propósito, mi marido se llama Fred. Es un buen hombre. Trabaja duro para ganarse la vida. Y se preocupa por mí.

Me acompaña hasta la puerta, que ha estado abierta todo el rato. Durante toda la mañana han estado entrando la luz y el aire fresco y los ruidos de la calle, pero no nos hemos dado cuenta. Miro hacia el exterior y veo, oh, Dios, una luna blanca suspendida en el cielo de la mañana. No creo haber visto jamás nada tan extraordinario. Pero me da miedo comentarlo. Sí, me da miedo. No sé lo que podría pasar. Hasta podría echarme a llorar. O no entender en absoluto mis propias palabras.

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