Nalgas perfectas
La que había sido consagrada a la Afrodita Vulgar, la diosa de las Dulces Nalgas, al igual que su madrina, Lysis de Mileto, recordó -siempre lo hacía- que una noche de tormenta, cuando era apenas una niña, unos piratas asquerosos entraron en la casa del Cerámico Exterior y la raptaron llevándola a una extraña tierra rodeada de mar, que nunca quiso saber cómo se llamaba.
Allí, a los tres días, fue comprada en el Mercado de Esclavos por una astuta matrona que, conocedora de su oficio, midió ancas, tetas y dientes, y supo que podría disponer de una nueva quinceañera en su prostíbulo, para placer de sus clientes.
Cuando llegaron a la casa, la niña, sin previo aviso, le tocó la frente a la vieja desdentada con el pulgar, y la alcahueta se mareó, escuchó sonidos agradables y murmuró, con los ojos en blanco, el conjuro que la otra le hizo recitar.
Juro por Lysis de Mileto y por la Atenea Calípige, que Arina, la Diosa de los Labios Ardientes tendrá su propia habitación y no permitiré que se sepa su forma de enamorar a los clientes. Ella, por su parte, jura que será la que más monedas me aportará. La defenderé con mi propio cuerpo y si fuera necesario, para que conserve su secreto, la protegeré hasta de mí.
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