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Jamás lo vas a saber

Deslenguaje

Deslenguaje

Una chica enterrada en un desierto de cristal. Las pequeñas esferas, transparentes, la atrapan, la muestran, de momento, a oscuras en esa pequeña pecera. Viste un chemisier, pero eso no importa. Hasta ahora, fue el silencio. De repente, cuando el juego tan infinito como retorcido de lamparitas de toda forma y color, dispuestas como flores de tallo metálico, empieza a encenderse, las intensidades varían. La chica del desierto de cristal se incorpora, mira algo ubicado en un más allá. Se despereza, vuelve a mirar, debe escuchar algo, pensar bastante y esperar demasiado. Y, aunque nadie sepa qué es, todos pueden sentir en la piel el peso de esa expectativa. Los foquitos siguen su juego. Enciende, apaga, desvanece, reaparece. Caminando algunos pasos más hacia el fondo, en esa mezcla entre pasarela y pasillo, un cristal opaco deja entrever, negando con la perversión del objeto de un voyeur, la espalda desnuda de un hombre. Allí, en ese cuarto, también está la oscuridad. La chica, la del principio, ahora sufre. Algo la angustia, pero ese rostro, esos gestos, con el zumbido incesante de fondo, con esos pequeños respiros como de música electrónica, pueden convertirse en cualquier otra cosa. Una experiencia perceptiva, sensorial, emotiva, pero de emoción pura y exclusivamente corporal. Entra por los ojos, por los oídos, por la memoria del hombre desnudo que camina hacia el fondo de su encierro lentamente; que regresa a su vidrio, que parece escuchar algún rumor detrás de una pared, mientras un tanque de agua se recarga. El pasillo sigue: un espacio algo más pequeño que los anteriores, incorporado a la pasarela (a diferencia de la distancia que lo separaba de los demás). Algunas personas se acercan, buscando la imagen, y sólo encuentran dos voces.

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