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Jamás lo vas a saber

A los postres

A los postres
-Creo que lo único realmente monstruoso es la vida- dijo el doctor Muñoz del Campo con su voz resonante y sensual. Era un hombre joven, lánguido y melancólico, y sus ojos azules se posaban sobre los demás con asombro permanente.

Aquel era un comentario melodramático e inoportuno que había sido proferido por alguien que no tenía la menor noción de las palabras que deben pronunciarse en el momento en que se sirve el postre.

Elisa Rubertoni, la anfitriona, una madura mujer que era tan libidinosa como frívola, intentó borrar aquella mancha.

-Creo que la vida sólo es monstruosa cuando uno se acuesta en la cama desnudo y sin compañía- dijo.

Todos rieron con mesura.

Luciano Estévez trató de imaginar cómo sería la vida sexual de su anfitriona. Era una mujer elegante, de rostro armonioso, cuerpo opulento, senos y caderas firmes y mirada profunda y escrutadora. Era más deseable que su propia mujer, a quien encontró casi insignificante en ese momento.

-Creo que Muñoz hablaba en serio- dijo Andrea Paiva con empecinamiento, pues le desagradaba la vulgaridad que suele aflorar en ciertos seres mundanos cuando la conversación alude a asuntos eróticos. La mujer de Rubertoni era un buen ejemplo de ello -. La vida es monstruosa, sin duda. Sobre todo porque es inexplicable. Yo, por ejemplo, no tengo la menor idea de para qué sirve.

Era llamativo que hablara de ese modo una profesional rica y exitosa, pero Luciano Estévez, cuyos impulsos lúbricos eran proporcionales al erotismo de las personas que tenía a su alrededor, dijo con intención:

-Yo podría decirle para lo único que sirve.

El comentario le encantó a la anfitriona, quien aprovechó la oportunidad para imprimirle a esa cena que había sido extensa y bastante aburrida un matiz pérfidamente sensual.

-A mí me encantaría... -dijo, pero dejó la frase en suspenso. Esa era la mejor forma de sugerirle al osado y atrayente joven que ella estaba disponible para lo que fuera. Me encantaría saber por qué la gente se aburre tanto- añadió para disolver aquella especie de audacia -. Yo, por ejemplo, me entretengo demasiado.

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