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Oda a la desnudez

Oda a la desnudez

¡Qué hermosas las mujeres de mis noches!


En sus carnes,
que el látigo flagela,

pongo mi beso adolescente y torpe,

como el rocío de las noches negras

que restaña las llagas de las flores.

Pan dice los maitines de la vida 

en su rústico pífano de roble,
y Canidia compone en su redoma
los filtros del pecado,
con el polen
 de rosas ultrajadas,
con el zumo
 de fogosas cantáridas.

El cobre
 de un címbalo repica en las tinieblas,

reencarnan en sus mármoles los dioses,
y las pálidas nupcias de la fiebre

florecen como crímenes;
la noche, 
su negra desnudez de virgen cafre

enseña engalanada de fulgores
 de estrellas,
que acribillan como heridas 
su enorme cuerpo tenebroso.

Rompe
 el seno de una nube
y aparece
 crisálida de plata,
sobre el bosque,
 la media luna
como blanca uña,
apuñaleando un seno;

y en la torre
 donde brilla un científico astrolabio,

con su mano hierática, está un monje 
moliendo
junto al fuego la divina
 pirita azul
en su almirez de bronce.

Miguel Ángel Bentancur

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